Estatua de Marco Aurelio que estaba en la Plaza del Campidoglio y ahora en el Museo Capitolino.
Cuando escribo sobre los valores humanos, viene siempre a mi memoria un periodo particular de la historia por la grandeza de sus hombres. Los comentarios austeros del historiador y procónsul romano Dion Casio sobre uno de ellos, Marco Aurelio, en su Historia Romana nos ilustra a este respecto: “No tuvo la suerte que habría merecido, puesto que durante todo su reinado tuvo que hacer frente a todo tipo de calamidades. Es por ello que lo admiro más que a nadie, dado que a pesar de esas dificultades extraordinarias supo sobrevivir con gran dignidad y pudo salvar el Imperio.”
No cabe duda de que el mundo romano fue testigo de una sucesión de soberanos como la historia no ha conocido nunca: César, Augusto, Trajano, Adriano, Antonino Pio, Marco Aurelio, Septimio Severo, Diocleciano, Juliano… Ferdinand Lot[1] afirma: “Hombres de Estado, legisladores, guerreros, recorren las fronteras lejanas entre Escocia y Bretaña hasta el Rin, el Danubio y el Eúfrates, para defender el mundo romano y la civilización contra los Bárbaros germánicos, los Sarmatas o los Partos. Todos saben que cualquier día pueden morir, pero se abandonan a su suerte, sin miedo frente a su destino trágico de superhombres. Porque si alguna vez hubo superhombres en esta Tierra está claro que hay que buscarlos entre los emperadores romanos.”
La Filosofía moral o “a la manera clásica”
La filosofía moral o a la manera clásica es un fenómeno espiritual de la historia antigua que deberíamos rehabilitar si queremos darle vigor a la educación moral de las nuevas generaciones.
Todos los especialistas están de acuerdo en decir que la mentalidad occidental se encuentra agotada y que llegó el tiempo de lanzarse a otras creaciones, hacia otros senderos que nos vuelvan a llevar a otros Renacimientos.
Otro aspecto interesante de la filosofía clásica es el sentido que se le daba a la palabra “filosofía”, que los griegos inventaron y que se puede traducir simplemente como “amor a la sabiduría”. Por lo tanto, estudiar la filosofía en sus fuentes clásicas optimiza el comprender la finalidad primera y el método de esta aventura del espíritu humano.
Hay una gran diferencia entre la idea que nos hacemos hoy en día de la filosofía y la idea que los Clásicos se hacían de la misma. En nuestros días la filosofía se comprende como una construcción más o menos abstracta, destinada a la reflexión sobre los problemas que presentan las teorías del conocimiento o de la lógica. Para los Clásicos, sin embargo, la filosofía era otra cosa muy diferente. En efecto, para los antiguos griegos la elección de vida (filosófica) no se situaba al final del proceso teórico como una suerte de complemento decorativo. Al contrario, la elección y decisión de vivir de manera filosófica es la que determinaba la doctrina misma, el modo de transmisión y la elección de la escuela de filosofía. Hay que señalar que esta decisión nunca se hacía en soledad, puesto que no existen filósofos ni filosofías en la antigüedad fuera de un grupo, de una comunidad o de una Escuela de Filosofía.
Como afirma Pierre Hadot[2]: “Una escuela filosófica corresponde antes que nada a una elección de forma de vida, una opción existencial que se traduce en una vida particular, la filosófica, que exige del individuo un cambio de vida, una conversión de todo su ser; en definitiva, la necesidad de ser y de vivir de una manera específica. Está claro que esta opción existencial implica una visión del mundo particular y es precisamente el discurso filosófico quien va a desvelar y justificar racionalmente tanto esa opción existencial como la representación del mundo que lleva consigo.”
Lo esencial no se encuentra por lo tanto en la teoría filosófica sino en la manera de vivir. Un filósofo, en la antigüedad, es alguien que vive como filósofo y muere como filósofo. Epícteto nos dice (III, 21,5) con una simplicidad conmovedora: “Come como un hombre, bebe como un hombre, vístete, cásate, ten hijos, condúcete como ciudadano… Muéstranos todo eso para que sepamos si has aprendido alguna cosa de los filósofos”.
El testimonio del emperador Marco Aurelio frente a la perspectiva inminente de su muerte ilustra la misma idea: En el libro I y III de sus Pensamientos[3] se encuentran numerosas alusiones a la muerte que se acerca durante sus campañas militares en el Danubio y ante la urgencia de conseguir una perfección interior elevada. Frente a este dilema, una sola cosa cuenta: Esforzarse por enriquecer su pensamiento con las reglas de vida fundamentales, tener siempre la actitud esencial del filósofo, que consiste en controlar su diálogo interior, en realizar sólo aquello que es útil a los demás, aceptar los acontecimientos que la Naturaleza y el Destino nos presentan.
Vivir como un filósofo es algo que se puede decidir bastante pronto en la vida. La Historia Augusta[4] nos habla de Marco Aurelio y de su decisión de vivir como un filósofo estoico: “A la edad de doce años, adoptó la vestimenta, y un poco después, la vida ruda del filósofo. Estudiaba vestido del pallium, el abrigo de los filósofos, y se acostaba sobre el suelo: con mucha dificultad su madre conseguía convencerlo de poner algunas pieles.”
Sin lugar a dudas, la finalidad de la filosofía moral, y de la filosofía estoica en particular, no es la de llevar un cierto tipo de abrigo sino la de actuar de manera honorable de acuerdo con la razón o el pensamiento justo. La filosofía no nos invita a dormir al aire libre o sobre el suelo, sino a forjar nuestro carácter para hacer frente a todos los acontecimientos y circunstancias de la vida.
Tampoco hay que creer que el amor por la filosofía llega como un flechazo de Cupido o por obediencia imperativa de una voz interior. Se trata más bien de leer a los clásicos y aprender de ellos, un consejo que nos recuerda mucho esa otra frase que Cicerón repetía a los romanos: “No esperéis más, leed con urgencia la República.”
Marco Aurelio nos cuenta su conversión a la filosofía estoica en el primer libro de sus Pensamientos, como el resultado de un estudio y de una reflexión sobre las enseñanzas de las filosofías, y en particular, de la lectura de Epícteto.
Los Pensamientos como Ejercicios Espirituales[5]
Los Pensamientos pertenecen al tipo de ejercicio llamdo hypomnéma en la antigüedad, una suerte de notas personales, de diario íntimo, que refleja un diálogo interior propio de la práctica de la filosofía y que todas las escuelas de filosofía moral van a proponer. En el caso de Marco Aurelio, se añade la intención de redactar sus reflexiones y sus pensamientos siguiendo reglas literarias precisas y elegantes para reforzar el impacto psicológico y la fuerza de persuasión.
Podríamos añadir que los Pensamientos de Marco Aurelio toman la forma de las hypomnéma pero se transforman en “ejercicios espirituales”, ejemplares en su género e inspiradores de todos aquellos que tienen la necesidad de avanzar hacia las cúspides del espíritu.
Los Pensamientos tienen un único tema: la filosofía, tal cual deducimos de estos fragmentos:
“La única cosa que puede servirte de escolta en esta vida es la filosofía. Ella nos permite guardar el dios interior sin mácula ni desgaste alguno” (II, 17,3).
Ten cuidado en no “cesarizarte”… Vive con simplicidad, sé bueno, puro, serio pero natural, amigo de la justicia, respetuoso con los dioses, bondadoso, estricto, sólido en el cumplimiento de tus deberes. Combate por mantener todo lo que la filosofía te ha brindado” (VI, 30,1-3).
Las palabras de Marco Aurelio se esfuerzan en describir la manera de vivir como filósofo siguiendo el ejemplo que hay que tener frente a sí mismo y que es el de la “persona de bien” ideal. Los pensamientos del ser vulgar son pobres y confusos. Este actúa sin consistencia y sufre de las circunstancias y obstáculos que la vida la presenta, mientras que los pensamientos de una persona de bien son coherentes, profundos y claros, pues actúa siempre con justicia al servicio de los demás y acepta los acontecimientos que no dependen de ella misma con serenidad y confianza.
“En todo lugar y circunstancia, depende de ti mismo el complacerte con alegría en el presente tal y como se presenta, comportarte con justicia ante los hombres que frecuentas diariamente, y darle a la representación interior que tienes en cada momento las reglas de discernimiento para que nada se infiltre en tu interior que no sea objetivo” (VII, 54).
En los Pensamientos se presentan estas tres reglas de vida que describen una actitud global, una visión del mundo. Es una elección interior fundamental, que se expresa en el discurso y en las fórmulas universales que Marco Aurelio, siguiendo en ello a Epícteto, llama las dogmata. Un dogma es un principio universal que funda y justifica una cierta conducta práctica y que se puede formular en una o varias proposiciones.
Marco Aurelio nos da muy buenos ejemplos de la relación que hay entre los principios universales y las reglas de vida:
“A propósito de todo lo que te procura tristeza, recuerda utilizar este dogma: Ese sentimiento no es una desgracia sino todo lo contrario, la alegría de poder soportarlo con valor” (IV, 49,6).
Ese dogma se deduce de otro dogma fundamental del estoicismo, soporte de todo el comportamiento estoico: Sólo el bien moral, la virtud filosófica, es un bien; sólo el vicio es un mal. Veamos cómo lo formula nuestro emperador:
“¿En qué consiste la felicidad? Consiste en el hacer lo que necesita la naturaleza humana. ¿Cómo lograrlo? Gracias a los dogmas que son el principio de las motivaciones y de las acciones justas. ¿Qué dogmas? Aquellos que reflejan lo que es el bien y lo que es el mal: No hay bien para el hombre sino aquello que lo hace justo, moderado, valiente y libre; y no hay mal para el hombre sino aquello que provoca los vicios opuestos.” (VIII, 1,6)
Marco Aurelio también utiliza la palabra théôréma para designar los dogmas que deben sustentar el arte, y por lo tanto el arte de vivir que es la filosofía:
“¿Qué arte practicas? El de ser hombre de bien. ¿Y cómo practicarlo sino gracias a los teoremas que tratan de la Naturaleza del Todo y de la constitución de lo que es propio al hombre?” (XI, 5)
Marco Aurelio nos advierte (VII, 2) que las enseñanzas, es decir los dogmas y los teoremas, se desgastan si no se les alimenta con imágenes interiores que los actualizan en cada momento. Por ello podemos decir que los Pensamientos se componen de formulaciones repetidas, siempre renovadas, de las tres reglas de acción que ya hemos comentado líneas arriba y de los diferentes dogmas que las fundamentan.
A menudo encontramos ese modelo de reglas a lo largo de los Pensamientos. Como ejemplo podemos citar los siguientes:
“Por todas partes y en cualquier lugar depende de ti
el satisfacerte piadosamente de la confluencia de los acontecimientos,
el conducirte con justicia frente a los hombres,
el aplicarte a las representaciones interiores de las reglas de discernimiento, para que no se infiltre en ti nada que no sea objetivo.” (VII, 54)
“Es suficiente
el juicio presente de valores, a condición de ser objetivo,
la acción presente, a condición de que se cumpla para el servicio de la comunidad humana,
la disposición interior presente, a condición de que encuentres felicidad en todas las confluencias de acontecimientos producidos par causas externas.” (IX, 6)
“La naturaleza razonable sigue bien el camino que le es propio
si, en lo relativo a las representaciones, no afirma ni lo que es falso ni lo que es oscuro,
si dirige sus impulsos solamente hacia las acciones que son de utilidad al género humano,
si no siente atracción o aversión por lo que depende de nosotros, mientras que acoge con alegría todo lo que le da generosamente la Naturaleza universal.” (VIII, 7)
Y continúa: “¿En qué hay que ejercitarse?
En una sola cosa:
en un pensamiento dirigido por la justicia y en acciones cumplidas al servicio de la comunidad, en palabras que no engañan nunca, en una disposición interior que acoge con amor todas las confluencias de los acontecimientos, reconociéndolos como necesarios, como familiares, como el resultado de un principio tan grande y de un origen tan alto.” (IV, 33,3)
Por todo lo dicho, aconsejamos a todos, a la manera ciceroniana: “Hay que leer con urgencia, sin más tardar, los Pensamientos de Marco Aurelio”.
Sólo nos queda proponer, por razones de espacio, ocho puntos fundamentales incluidos en dicha obra, y que son un tesoro de recursos en lo cotidiano, para practicar la regla de acción que nos invita a aceptar con serenidad lo que nos acontece y que no depende de nuestra voluntad:
« Si te irritas por algo, es porque has debido olvidar que todo lo que ocurre es conforme con la Naturaleza Universal, que los errores cometidos por los demás no te conciernen y además, que todo lo que ocurre siempre ocurrió y seguirá ocurriendo así, y en este mismo momento, ocurre siempre de la misma manera. Tú has olvidado el lazo tan estrecho de parentesco que une a cada ser humano con sus congéneres, no por la sangre y el origen, sino por la participación común de la misma inteligencia, y también has debido olvidar que el espíritu de cada uno de nosotros es un dios, una emanación de la divinidad; que nadie tiene pertenencia alguna propia, ni hijos, ni siquiera su propio cuerpo, pues incluso hasta el alma misma provienen de arriba; que todo depende del juicio de valor que se le quiera dar, pues todo es opinión y, por último, no debes olvidar que la vida de cada uno se reduce al goce del momento presente y lo único que puede perder es ese momento.” (XII, 26)
Educación filosófica y Humanismo
Todas las escuelas de filosofía proponen una educación filosófica que puede considerarse como un método propio de la escuela para extraer los valores humanos, para pasar, de un humanismo en potencia, a un ser humano cumplido que expresa esos valores en lo cotidiano. Platón nos recuerda que las enseñanzas de su maestro Sócrates no se dirigían a los intelectuales ni a los políticos, sino a todos los ciudadanos sensibles a la profundidad moral de sus consejos.
Toda cultura humanista comporta diferentes disciplinas y vías de acceso que, en conjunto, tejen el mosaico completo de los valores humanos esenciales, aquellos valores que otorgan a cada persona su identidad única e indiscutible. Al decir de los antiguos filósofos griegos, la naturaleza humana se expresa a través de los valores o “virtudes filosóficas”. Para Sócrates, la filosofía es la “madre de todas las ciencias”, lo que le confiere su rol de columna vertebral del Humanismo.
En efecto, la educación filosófica propia del Humanismo o de la cultura humanista es el fundamento de toda civilización, y su función primera consiste en humanizar al hombre. No se es un ser humano solamente por el genoma o patrimonio genético sino sobre todo por su patrimonio cultural: “No se nace hombre sino que hay que convertirse en hombre” decía el gran Erasmo.
El código genético transmite el programa de la evolución biológica del hombre, y la cultura humanista transmite, gracias a la educación filosófica, los valores humanos fundamentales, los conocimientos, los usos y costumbres, la experiencia de las generaciones pasadas. La Cultura transmite el programa de evolución individual y colectiva de la humanidad.
Esta experiencia, si no se integra ni se actualiza frente a los nuevos desafíos del presente, puede anclar la sociedad en una forma conservadora ciega y fanática. La sociedad entonces será incapaz de adaptarse, de cuestionarse, de encontrar la creatividad necesaria para responder a los nuevos paradigmas que se le presentan.
La educación filosófica nos permite también comprender al otro gracias a una sensibilidad creciente hacia los valores humanos que los demás expresan a través de su propia cultura, sus propias tradiciones, etc. Esto se traduce por un respeto, producto del sentimiento de pertenencia a la familia humana, y fuente de fraternidad.
El Renacimiento proporciona algunos brillantes ejemplos de los métodos y manuales de educación “a la manera clásica”: una de estas referencias es el convito de Marsilio Ficino, una suerte de readaptación del Banquete de Platón. Baltasar Castiglione, uno de los hombres mas distinguidos física, intelectual y moralmente de su época, se inspiró en esas referencias para publicar en 1528 un manual de cortesía, “El libro del Cortesano”, que tuvo un enorme éxito durante varios siglos. A través de la figura del cortesano, este manual presenta un modelo ideal y una vía de perfeccionamiento para todos aquellos cuya alma les exige escalar alturas insondables sin tregua alguna.
En definitiva, los estudios humanistas no son una acumulación de conocimientos enciclopédicos, sino el resultado de una lectura, asimilación y aplicación de las enseñanzas clásicas que contribuyen a elevar el alma hacia dimensiones metafísicas. Giordano Bruno[6] lo expresaba así:
“Despliego mis alas confiando en los aires y, no temiendo ningún obstáculo, ni de cristal ni de vidrio, surco los cielos y me elevo hacia el infinito. Y mientras que desde mi globo viajo hacia otros mundos y penetro en otras esferas etéreas, dejo detrás de mí lo que los hombres ven de lejos.”
De manera más descriptiva Edwin Panofsky[7] nos dice:
“En esta concepción ambivalente del humanitas se encuentra la base del Humanismo. No se trata tanto de un movimiento como de una actitud; se lo podría definir como la fe en la dignidad humana, fundamento global de la importancia atribuida a los valores humanos y en la aceptación de las humanas limitaciones. De ese postulado doble resulta el sentido de la responsabilidad y de la tolerancia.”
¿Y cómo no recordar uno de los textos humanistas más extraordinarios del Renacimiento, el “Discurso sobre la Dignidad Humana” de Pico de la Mirándola[8], fundamento del principio de libertad de la condición humana?: Al fin de la creación, Dios había distribuido todas las calidades, de tal suerte que no quedaba ninguna que pudiera ser exclusiva para el hombre. Por ello, Dios le dijo a este último:
“Tú determinarás tu naturaleza según tu libre albedrío en manos del cual te he puesto. (..) No te hemos hecho ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que libre y soberano orfebre de ti-mismo, te puedas modelar con la forma que tú-mismo habrás elegido. Podrás degenerar y caer hacia los seres inferiores que son las bestias, y podrás, si así lo decides, elevarte hacia los seres superiores que son los dioses.”
La Pirámide cultural y los Valores humanos
El verbo Educar proviene del latín educere: extraer, elevar. La educación filosófica permite la extracción de los valores humanos a partir de todas las disciplinas que se expresan en una cultura humanista.
El filósofo Jorge A. Livraga nos propone una relectura inteligente del rol de la filosofía como “extractor” de valores humanos propios a todas las disciplinas y vías de la gran pirámide cultural. La filosofía sería la columna vertebral o fundamento de esta gran pirámide y orientaría todas las otras disciplinas culturales (Arte, Religión, Ciencia y Política) hacia la Sabiduría, situada en la cúspide donde se unen las cuatro caras de esta gran pirámide.
Los valores humanos propios al Arte estarían todos asociados a la Belleza, a la Estética: El encanto, la gracia, la elegancia, la nobleza, la distinción, la majestad, el equilibrio, la armonía…
Los valores humanos propios al corazón de la Religión estarían asociados a todas las formas de Bondad: Benevolencia, indulgencia, generosidad, caridad, clemencia, compasión, tolerancia, abnegación, solidaridad…
Los valores humanos relativos a la Ciencia estarían en relación estrecha con la Verdad natural, la verdad de lo visible: veracidad objetiva, lógica, espíritu concreto, espíritu razonable, juicioso, moderado, ponderado y natural.
Los valores humanos asociados a la Política deberían comprenderse a través de una política “a la manera clásica”, un política filosófica puesto que, sin filosofía, la política no es sino una administración dudosa. Los filósofos de la antigüedad consideraban la política como resultado de una búsqueda del sentido filosófico gracias a la organización de la Ciudad y por el interés colectivo. “Al arte del alma yo lo llamo política” decía Platón. La Política filosófica se basa en los dos pilares mayores de toda organización humana que se precie como tal: la Justicia y la Educación. Uno de los roles esenciales de la política sería por lo tanto el promover una educación filosófica para todos, sin distinción alguna, puesto que todos deben llegar a expresar los valores y las característica propias a la naturaleza intrínseca del ser humano.
La Política filosófica tendría que crear las condiciones y los medios adecuados para que todos se conviertan en ciudadanos, en hombres y mujeres profundamente éticos y responsables. Sin la promoción de la ética, la política es estéril y pensamos que le corresponde a la filosofía el rol de restablecer “a la manera clásica” la orientación y la finalidad esencial de la política.
Y para acabar, citemos alguno de los valores humanos asociados a la Política: justicia, equidad, sinceridad, autenticidad, lealtad, cortesía, disciplina, sentido del deber, responsabilidad, valor, imparcialidad, comportamiento moral, integridad, rectitud, austeridad, y en fin, acabemos esta lista con la felicidad filosófica que expresa la rectitud del alma al decir de los filósofos antiguos.
Creo, en definitiva, que hay que sacar a la filosofía de las vitrinas de las bibliotecas y las universidades, y colocarla en nuestro propio corazón y en el de la ciudad para poder vivir como seres humanos conscientes, responsables y dignos.
Autor: Fernando Fígares
Recogido de
https://biblioteca.acropolis.org/valores-humanos-y-filosofia-a-la-manera-clasica/
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