(Paráfrasis de la traducción castellana del libro Las Mejores Poesías gallegas,
coleccionadas por Eugenia López-Aydillo)
Apenadísimo un día cierto buen hombre viendo que en el mundo había menguado del modo más alarmante la Verdad hasta el punto de que se la daba ya por perdida, se dijo: “Una cosa tan sublime tendrá que hallarse por fuerza en alguna parte, y para ello
no tendré sino preguntar por ella a cualquiera de los que me vaya encontrando en mi camino.”
Pero, contra lo que soñó, cuantos fue encontrando le contestaron inevitablemente
como si se hubiesen puesto de acuerdo para su daño:
—Es completamente inútil que hagas el tonto buscando la Verdad porque, según cuentan las gentes viejas, cuando ella se perdió lo hizo tan por completo, que ya no está en la Hermandad de los hombres, ni aun en la de aquellos que se llaman buenos.
Fue, pues, donde los frailes estaban, quienes, al interrogarles le dijeron con perfecta donosura: .—No s6lo no esta aquí desde hace muchísimos años, sino que, no obstante nuestros desvelos, ni sabemos d6nde pueda ella estar, ni a muchos mortales les importa un bledo el averiguarlo.
Cada vez más preocupado, fuese el cuitado al Císter, cuya regla severísima no dejaba lugar a dudas respecto de que allí se encontraría la Verdad, caso de encontrarse en alguna parte. Mas; ¡que si quieres! la verdad ni aun se dignó aparecer entre aquellos santos hombres constantemente ocupados con el salvador pensamiento de la muerte. —Por aquí sí que anduvo antaño bastante tiempo, pero lo que es ahora ninguno de nosotros, abad, fraile, o lego, la vemos hace años ni por el forro —le dijo el más anciano y virtuoso del monasterio—. Debes irte a buscarla pues, fuera de la abadía.
El buen hombre, desesperado ya sin saber qué hacer, se agregó a una de las grandes peregrinaciones que iban camino de Santiago.
“Tal vez algún santo romero la traiga de Roma o de Jerusalén”, se dijo.
Pero su ilusión fue vana también esta vez como las otras. ¡Sin duda la Verdad
estaba enterrada bajo el frío mármol del Apóstol bendito de Compostela!
Y el cuitado no se atrevió a intentar la última prueba alzando la losa del sepulcro,
porque ello le habría naturalmente costado la vida...
¿Cómo había de encontrar el buen hombre la Verdad, si ella es la irreconciliable
enemiga de todas nuestras pasiones miserables?
COMENTARIO
“Un instinto secreto —observa Emile Faquet en su estudio sobre el filósofo Bayle— nos dice que la ‘verdad verdadera’ es el enemigo más temible que tenemos, ¡y lo tenemos, ay, en nuestra propia casa siempre! Si por un solo momento la dejásemos empuñar las riendas del gobierno de nuestra ‘bestia’, llegaríamos a ser unos seres tan absolutamente razonables, que pereceríamos de hastío. No más deseos, no más odios, no más temores. Por ignorante que el hombre sea, presiente siempre, de un modo vago e inconsciente, que la verdad, el simple buen sentido dado oídos por breves horas, le colmaría en el acto de bienes, mas, no obstante, retrocede ante ello como al borde de no sé qué abismo horroroso o qué desierto sin límites. ¿Cómo queréis que nunca se entregue en brazos de la Verdad cuando en ella ha de encontrar la fuente de todo reposo y el término de todos sus tormentos y anhelos?... El hombre es un animal místico, que ama sólo lo que no comprende, e instintivamente rechaza toda doctrina que se deje comprender demasiado para impedir el soñar acerca de ella. La razón, nuestro indiscutible soberano, único capaz de comprender a la Verdad, es para el hombre una especie de ‘enemigo íntimo’ al que en vano trata de sujetar. El querer entronizar, como lo hizo la Enciclopedia, el mero racionalismo entré los hombres es una absoluta falta de conocimiento del humano corazón.”
¿Pero cómo, si la Verdad lució entre los hombres durante el millón y setecientos veintiocho mil años que duró la Edad de Oro según el calendario de los tamiles, ha podido perderse de ese modo?
¿Dónde, cómo y por qué ella se ha escondido? ¿Podemos tener en su busca más
suerte que la que tuvo el galleguito de marras?
fragmento de POR EL REINO ENCANTADO DE MAYA
MARIO ROSO DE LUNA
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