“El peor de los males que le puede suceder al hombre
es que llegue a pensar mal de sí mismo”
Goethe
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“Sin lucha no hay mérito”
H.P. Blavatsky
El mayor obstáculo para los logros y el éxito no es la falta de talento o habilidad, sino, la propia imagen de quiénes somos y qué es apropiado para nosotros. La mayor barrera para el amor es el secreto temor de no ser digno de ser amado. La peor barrera para la felicidad es la sensación de que la felicidad no es el destino adecuado para nosotros. En esto reside la importancia de la autoestima.
La autoestima va unida a la sensación de eficacia y a un sentido fundamental de mérito, a la idoneidad y a la dignidad. Sería la suma integrada de confianza en sí mismo y respeto de sí mismo. La confianza en sí mismo es la conciencia que evalúa la eficacia de sus propias operaciones. El respeto de sí mismo es el sentimiento de mérito personal. La autoestima es una evaluación de mi mente, mi conciencia y en sentido profundo de mi persona. El hecho de cumplir las propias expectativas es una condición esencial para una alta autoestima.
La autoestima positiva significa sentirse competente para vivir y merecer la felicidad o, para expresar lo mismo de un modo un tanto diferente, ser adecuado para la vida y sus exigencias y desafíos. Sentirse competente para vivir significa tener confianza en el funcionamiento de la propia mente. Sentirse merecedor quiere decir tener una actitud afirmativa hacia el propio derecho de vivir y ser feliz. Tener una baja autoestima es sentirse inapropiado para la vida, inadecuado como persona, en la propia existencia, y responder a los desafíos y alegrías de la vida con un sentimiento de incapacidad y desmerecimiento. La elevada autoestima busca el estímulo de objetivos difíciles. La baja autoestima busca la seguridad de aquello conocido y que carece de exigencias.
Si nos sentimos dignos de ser amados y merecedores de respeto, trataremos bien a los demás y esperaremos que nos traten bien. Pero si nos sentimos indignos de amor y desmerecedores de respeto y nos tratan con desprecio, lo soportaremos y creeremos que es nuestro destino. La baja autoestima tiende a generar depresión y ansiedad. Es necesario distinguir el concepto de autoestima positiva del orgullo. La autoestima está representada por el “puedo”, el orgullo, por el “tengo”. La genuina autoestima no es competitiva ni comparativa. La arrogancia, la petulancia, la sobreestimación de nuestras habilidades, lejos de reflejar un elevado nivel de autoestima, muestran una autoestima inadecuada.
La conciencia estará regida en mayor o menor medida por el miedo, según el grado de baja autoestima que sufra una persona. Miedo a otras personas, miedo a hechos reales o imaginados. Miedo al mundo exterior y al mundo interior. Los sentimientos de ansiedad, inseguridad, duda, surgen inevitablemente siempre que fracasamos en la tarea de alcanzar un nivel de confianza y respeto por nosotros mismos más o menos satisfactorio. De este modo, el miedo se trasforma en la fuerza motivadora central dentro de la personalidad. El miedo sabotea la mente, la claridad, la eficacia. El miedo socava el sentido de valoración personal, de respeto por uno mismo. Y es que las acciones producidas por el miedo, dejan una sensación en el individuo de menosprecio personal.
Un hombre o mujer de baja autoestima, por ejemplo, que se transforma en marido y padre, organiza su casa provocando el miedo en su esposa/o e hijos, valiéndose del mismo miedo que lo motiva como fuente principal de energía y acción. Elude las expresiones de dolor e infelicidad en los ojos de sus seres queridos, no responde a los esfuerzos que realizan para comunicarse con él o ella, se vuelve hosco y ensimismado cuando se niegan a obedecerle. Aunque demasiado tarde, descubrirá con los años que ni le aman, ni respetan, todo afecto posible se ha desvanecido como consecuencia de su comportamiento agresivo y hostil. Estamos ante una víctima de una baja autoestima no concienciada ni corregida a tiempo.
La persona que sufre baja autoestima establece diferentes defensas, o estrategias para evitar la realidad, (no ver la verdad) con el propósito de no tener que afrontar la sensación de ineficiencia. Inevitablemente esto producirá distorsiones en su manera de pensar, de aprender la realidad con claridad, pues solo aquellos conocimientos compatibles con el mantenimiento de las defensas, serán aceptados o elaborados por sus procesos mentales bañados de subjetividad, carentes por lo tanto de claridad u objetividad.
La conciencia se verá manejada, de manera significativa y peligrosa, por las cuerdas de los deseos y miedos. Los miedos se transforman en los amos y señores; es a ellos, y no a la realidad, a los que se ajustará el individuo. Así, se verá empujado a perpetuar y reforzar el mismo tipo de criterios antirracionales y autodestructivos que provocan la pérdida de seguridad personal y el respeto de sí mismo. Pues esa falsa imagen de sí mismo y del entorno que tiene, considerada su cinturón de seguridad, es en realidad, un lazo que lo irá ahogando paulatinamente. Buscará la reafirmación en elementos externos, para cubrir y no ver el gran vacío interior que sufre por comodidad y ceguera. Y es que la autoestima positiva está relacionada estrechamente con la honestidad y la integridad.
Cada vez que admitimos una verdad difícil, cada vez que nos enfrentamos a aquello que nos producía temor afrontar, cada vez que reconocemos, ante nosotros y los demás, hechos cuya existencia hemos estado ignorando, cada vez que nos mostramos dispuestos a tolerar el miedo o la realidad, nuestra autoestima crece. Porque con esta actitud, ya comienzan a despuntar en nosotros el Valor y la Sinceridad, virtudes éstas a las que nos tendremos que prender bien, para avanzar con ellas, eliminando sombras, fantasmas, ilusiones que hemos dejado crecer por miedo en nuestro interior, deformando con ellas la realidad que nos negábamos a ver. Pero como enseñaba el Quijote a Sancho: “Gigantes hay que al arremeterlos, se convierten en molinos de viento”.
Si una persona no asume la responsabilidad de tomar conciencia de las cosas como son, el resultado es la desconfianza hacia uno mismo; la sensación de que la mente no es un instrumento fiable. Realmente los no fiables seríamos nosotros, si actuamos evadiendo o deformando la verdad. Algo en nuestro interior, que podemos llamar la conciencia despierta, observa, ve, y nos “recriminará” nuestro comportamiento, dejando en nosotros un sentimiento de baja autoestima, de infravaloración.
Siempre existe un conflicto entre algún mandato de valor relacionado, de manera crucial y profunda, a la autovaloración y equilibrio interior de la persona, por un lado, y alguna falla, ineptitud, acción, emoción, deseo o fantasía que la persona considera una violación de ese mandato.
El principio que distingue las motivaciones básicas de la elevada autoestima de las de la baja autoestima es el de la motivación por el amor, en contraste con la motivación por el miedo. En la medida que una persona sufre de baja autoestima, vive negativamente y a la defensiva, motivada por el miedo. Pero podemos elevarnos por encima asumiendo riesgos, al servicio de nuestra mente y nuestra vida o al servicio de una causa justa.
Poseer una sana autoestima no significa ser inmune a las vicisitudes de la vida o al dolor de la lucha. Pero una de las formas del heroísmo psicológico es la voluntad de tolerar la ansiedad y la inseguridad en la búsqueda de nuestros valores. La persona de alta autoestima incluso puede encontrar placer en la lucha, a pesar de todos los sentimientos desagradables que pueden surgir; la gente de alta autoestima tiende a preservar un punto espiritual que permanece intacto, incluso frente a su propio sufrimiento. Una de las actitudes que diferencia a los individuos de alta autoestima de aquellos de baja autoestima consiste en aceptar el proceso de la lucha como parte de la vida, aceptarlo todo, incluso los peores momentos de angustia (lo cual implica motivación por el amor, en vez de motivación por el miedo). El deseo de evitar el miedo y el dolor no representa el motivo que rige las vidas de hombres y mujeres muy evolucionados. El móvil, en cambio, es la fuerza de vida intrínseca que impulsa su única forma de expresión: la realización de valores personales, el deseo de crecer interiormente para ser más apto en el servicio.
En el abuso de tranquilizantes, de alcohol y drogas estimulantes, se suelen buscar “soluciones”, que parecen tentadoras cuando se quiebran otros valores de defensa, cuando es imposible controlar la ansiedad o el miedo. En principio reducen el dolor y la ansiedad, crean un optimismo transitorio, una ilusión temporal de eficacia, poder y alta autoestima, y perpetúan los comportamientos que dieron lugar a la necesidad de su consumo. Así el problema del abuso está íntimamente relacionado con problemas de autoestima, que se intentan paliar de forma autodestructiva.
Quizás la pregunta fundamental que todos deberíamos hacernos alguna vez sería ¿quién soy, “desnudo y solo”, frente a mi mente y mi ser, sin ninguno de los soportes o adornos en los cuales busco sustentar la imagen que tengo de mí mismo? Aquello que queda una vez “desnudos” realmente de todo adorno externo. Aquello que es nuestra conciencia, aquello que hemos conquistado y atesorado en ella, eso que nada ni nadie nos podrá arrebatar, es lo que somos realmente. Claro que algunas personas pueden sentir terror de constatar su vacío interior. Ciertamente, llegar a tener conciencia de sí mismo, conocerse en profundidad, es un verdadero y continuo desafío, que requiere de una sana autoestima, de una fe y confianza en lo mejor de nosotros mismos, aunque esté por conquistar. Todos podemos y debemos, con Valor, sinceridad y esfuerzos, ir consiguiendo hacer nuestros, a través de la práctica y la acción consecuente, aquellos Valores atemporales que nos harán verdaderamente “ricos”, fuertes y seguros. Que nos harán conquistar la “verdadera felicidad”, aquella que provoca una sana autoestima, nacida del mérito real personal.
Mª Dolores Villegas
Diciembre 2004
Madrid
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