El “Yo"
(El svrami Vivekananda.— Filosofía Yoga
- Un deva y un asura fueron a consultar a un gran sabio para que les instruyese
acerca del conocimiento del “Yo”.
Después de pasar muchos días absortos en las sublimes enseñanzas que fluían de la boca del sabio, éste les dijo en resumen: “Tú eres ese mismo ser que buscas conocer y al que llamas Yo”.
Los dos consultantes se retiraron creyendo que su efectivo “Yo Esencial” era su cuerpo físico, y añadieron: “Ya no tenemos por qué preocuparnos de más cosas, y pues que nuestro cuerpo es el verdadero Yo nuestro. Comamos, bebamos, gocemos y pasemos la vida lo más agradablemente posible, libres de toda clase de preocupaciones”.
Como la naturaleza del asura o demonio fuese grosera y torpe, no se inquietó por saber ya más, satisfecho al creer bajo el supuesto testimonio del sabio que la Divinidad estaba en él y que por ese “Dios Interior” o Yo no debía nunca entenderse sino su cuerpo físico al que suministraba así la más regalona de las vidas.
Pero el deva, cuya naturaleza era más refinada, pensó al fin: “Creyendo que mi Yo es mi cuerpo, he tratado de conservarle lo más fuerte y sano posible y le he dado todos los goces. Sin embargo, semejante vida de bestia parece bien poco conforme con la naturaleza de un Dios. Debe, pues, haber aquí algo más elevado, y que no he alcanzado aún a comprender”. Y se fue de nuevo junto al maestro, diciéndole:
—Señor, ¿no me enseñaste que este mi cuerpo es mi Yo? Si es así, yo no puedo alcanzar cómo envejeciendo y acabando por morir mi cuerpo, pueda él ser el “Dios interior”, quien no creo pueda morir.
El sabio respondióle, lacónico:
—Búscalo bien; tú eres aquello.
El deva al retirarse pensó que el maestro se refería más bien a las fuerzas vitales que invisibles mantenían la sintética contextura de su cuerpo y que podían acaso sobrevivir a éste. Pero al cabo de algunos días hubo de advertir que dichas fuerzas no tenían nada de permanentes, sino que, según el régimen malo o bueno que llevase, ellas se debilitaban o se robustecían. De igual modo que antes, volvió a la consulta, preguntando:
—Maestro, ¿quisiste acaso decir que el Yo eran las fuerzas vitales? —a lo que el sabio insistió:
—Busca por ti mismo: En verdad te digo que tú eres Aquello.
Entonces el deva creyó poder soltar el nudo de la dificultad, deduciendo que su verdadero Yo era su Pensamiento, mas, no tardó en notar de igual modo que también sus pensamientos eran variables y su oleaje eterno semejaba al del mar, cosa que en sí nada tenía de divino o permanente. Desconsolado, consultó de nuevo, quien le dijo imperturbable:
—No; tú no eres tu pensamiento sino algo por encima de tu pensamiento. ¡Tú eres Aquello inefable que no se puede nombrar con humanas palabras! ¡Busca, pues!
Buscó el deva, en efecto, cayendo al fin en la cuenta de que él era en sí ese mismo “Dios interior” que tan en vano buscaba: el Uno sin nacimiento ni muerte posible, a quien como dice el Bhagavad-Gita, ni la espada puede herir, ni el fuego quemar, ni el aire secar, ni el agua humedecer, porque es él sin principio ni nacimiento: el Eterno, el Inmutable, Invisible, Omnisciente, y Omnipotente Ser que se halla por encima de todo, lo mismo de la mente que de la vida y que del cuerpo.
De este modo el deva quedó al fin satisfecho, pero el pobre diablo no consiguió percibir la verdad a causa de su mismo apego a su deleznable cuerpo. Existen, en efecto, sobre la faz de la Tierra muchas de estas desdichadas naturalezas demoníacas. Por eso quien se propone enseñar algo que tienda al aumento de los goces de los sentidos, encuentra fácilmente numerosas gentes que le sigan, pero el que intenta mostrar a la Humanidad el camino que conduce a la suprema meta, difícilmente halla quien quiera escucharle.
Muy pocos hombres están lo bastante evolucionados para aspirar así a lo que es imperecedero, y menos todavía los que cuentan con la perseverancia necesaria para alcanzarlo; no obstante, que ni el más ignorante de los hombres desconoce el hecho de que, viva nuestro cuerpo un día o un siglo, su destino postrero es el de perecer cuando la Suprema Fuerza de su Divino Yo deje de presidir a su funcionamiento.
COMENTARIO
El mejor comentario a este epígrafe es la fabulita de Schmid, conocida bajo el nombre de “El emblema de las tres violetas” y que dice así:
“Se imaginaba Alfonsito que eran del mismo color todas las violetas. Un día, no obstante, se encontró entre las acostumbradas violetas del jardín, una que era blanca y otra que era roja como el fuego. Cogió enseguida la violeta ordinaria, la blànca y la roja, llevándoselas, lleno de infantil contento, a su mamá. Estas tres clases de violetas, aunque no son tan raras como te crees, pueden constituir para ti un gran descubrimiento, si procuras no olvidar nunca que la violeta ordinaria, en su color azulado casi morado, es una imagen de la más alta espiritualidad; la violeta blanca, el símbolo de la dulzura, la inocencia y el candor, y, en fin, la violeta de encendida coloración roja, deberá decirte siempre a tu conciencia:
— ¡Mantén constantemente en tu corazón el más ardiente amor a lo bello, a lo bueno, a lo justo y a lo verdadero!
POR EL REINO ENCANTADO DE MAYA
MARIO ROSO DE LUNA
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