Origen de la Parábola (Célebre alegoría de Lichtwehr)
Cierto día —el último día de la Edad de Oro—, la Mentira sorprendió a la Verdad
mientras dormía; la arrebat6 sus albas vestiduras; se revistió con ellas, y quedó así
constituida en única soberana de la Tierra.
Seducido el mundo por el falso brillo de la Mentira disfrazada de Verdad, hubo de
perder bien pronto su primitiva inocencia, renunciando a toda sabiduría, a toda probidad
y a toda justiciá. Expulsada y menospreciada la Verdad, rindióse desde entonces a la
Mentira, que le había usurpado su nombre, el culto que antaño sólo se rendía a lo
verdadero y justo. Todo cuanto la Verdad decía, era al punto calificado de visión, y todo
cuanto hacía, se deputaba como lo más intolerable de las extravagancias. A despecho,
pues, de sus legítimos fueros, llegó la Verdad hasta suplicar doquiera por que se la oyese
y atendiese, pero fue rechazada con los peores modos, de todos cuantos lugares visitara.
¡Hubo hasta insolente que se atrevi6 a calificar de libertinaje su casta en ingenua
desnudez! ... “¡Vete. nora mala! —le decían—. Vete lejos de aquí, mujer
odiosa, que así te atreves a presentarte desnuda ante nuestros pudorosos ojos! ¡Jamás
lograrás seducirnos con tus absurdos!”
Convencida la Verdad de que la Humanidad cordialmente la execraba, huyó al
desierto. No bien hubo llegado a él, encontró junto a unas zarzas las chillonas vestiduras
que había dejado la Mentira cuando a ella le robó las suyas, y, como no tenía otras, se las
puso, quedando así la Verdad siempre verdad, pero disfrazada ya con el vestido propio y
característica de la Mentira...
La Verdad, así metamorfoseada, pudo ya retornar entre los hombres, que la
acogieron entonces con asombro y alegría. Aquellos mismos que antes se habían
escandalizado cor su desnudez, fueron los que mejor la recibieron bajo tamaña apariencia
extranjera y bajo el bellísimo nombre de fábula “Parábola”, que ella entonces adoptó.
COMENTARIO
La hermosísima alegoría que precede no es sino una glosa feliz de los versículos
38 y 30 de la Sura segunda del Corán conocida por “La Vaca”, donde el Profeta Mahoma,
dirigiéndose a su pueblo, le dice: “¡Oh hijos de Israel! Acordaos siempre de los
beneficios, con que he colmado vuestros anhelos; sed fieles a mi alianza, que yo lo seré
también... No ocultéis la verdad una vez conocida, “ni la vistáis jamás con eL ropaje de la
mentira”.
Y en el versículo 64 de la Sura siguiente, repite: “¡0h vosotros, ingratos, los que
habéis recibido las Escrituras! (judíos cristianos y árabes). ¿Por qué ocultáis lo verdadero,
vosotros que ya lo conocéis? “¿Por qué, perversos, vestís a la Verdad con el manto de la
Mentira?”
La vibrante invectiva de Jesús contra los fariseos, llamándolos “lobos vestidos
con piel de oveja”, y “sepulcros blanqueados”, como se lee en repetidísimos pasajes del
Evangelio, pudo, a su vez, servir de base a Mahoma para decir sustancialmente igual en
los versículos transcriptos.
El mito universal, por su parte, nos presenta doquiera el mismo símil, que no es,
en el fondo, sino la idea oriental relativa a la “maya” o ilusión que nos cerca siempre en
este mundo y contra la que tenemos que luchar si queremos realizar nuestra misión
terrestre de buscar la senda de la verdad desenmascarando gallardos a la mentira que
constantemente se nos muestra con el engañoso disfraz de lo verdadero y de lo justo.
Diríase, en efecto, que las dos evoluciones, animal y propiamente humana que
hay en el hombre, luchan constantemente por la hegemonía, armada la una de la mentira
o “ilusión de verdad” y la otra con la verdad misma, aunque siempre verdad más o menos
relativa y perfectible. Por eso nuestro vivir no es sino una continua, pérdida de ilusiones
tomadas por verdad, y de tal verdad enmascaradas al presentarse a nuestros torpes ojos.
¿Qué se hicieron de aquellos encantos de los juegos de la niñez, nuestra única y
absorbente verdad de entonces? ¿Qué de nuestras amorosas ilusiones juveniles cuya
pérdida brutal ha llevado a tantos hasta el suicidio, el escepticismo o la locura? ¿Qué, en
fin, de nuestros anhelos de riqueza, honra, fama y poder que han subseguido?...
Verduras de las eras, que dice el Libro de Job, no eran sino ilusiones, disfrazadas de
cosas verdaderas y tangibles.
Mas, este camino de ver en cada paso a lo largo de nuestra vida la correspondiente
muerte de una ilusión, nos conduciría derechamente al negro pesimismo, si ante la
desilusión de ver apareciendo más y más las lacerías de la mentira a medida que con el
conocimiento la vamos despojando de las vestiduras a la Verdad robadas, no se
correspondiese, en la más lógica y perfecta de las simetrías, la “anti-ilusión”, valga la
palabra, representada por la parábola, la fábula o la alegoría, “anti ilusión” de la busca de
la verdad, que en los hombres de vida normal y pura va llenando con ventaja notoria el
vacío aquel que la ilusión dejara al marchitarse. Nadie, sin embargo, puede gloriarse aquí
abajo de haber arrancado a la Verdad la última de sus vestiduras, el “Velo de Isis” que
decían los antiguos, velo quizá de piedad suprema que entibia los ardores volcánicos de
una Suprema Verdad a la que no podríamos mirar cara a cara sin morir, como tampoco
podemos mirar cara a cara al Sol horas y horas sin que quedemos ciegos.
Porque la mentira absoluta no existe, como no existe ningún otro de los conceptos
negativos, meros efectos de contraste con los opuestos conceptos positivos, los hombres
llamamos mentira a todas aquellas verdades relativas, o de grado inferior a otras verdades
más altas, que ya poseemos, mientras que yacemos en la ignorancia respecto de nuevas
verdades que nos esperan y que son aún más excelsas que las que ya hemos logrado
alcanzar antes con el continuo esfuerzo de nuestra mente. Por eso ha podido decir Ragón
que es preciso dévoiler ce qui est faux pour arriver a ce qui est vrai, es decir quitar a la
mentira o al error los velos de que se reviste, para llegar hasta la verdad que yace oculta
en el fondo de ellos. Por eso también Espronceda ha podido cantar el titanismo gallardo
que la conquista de la verdad exige si se le han de quitar los velos para poderla ver cara a
cara, y cantar al mismo tiempo ese ilusorio cristal de la mentira, cristal en el que la
verdad se refleja con toda la vaguedad y falsía que la estrella en el lago. Semejante
cristal, en fin, es el cristal cuyo color, interpuesto entre nuestra vista y el exterior, nos
hace ver a este último coloreado siempre por las correspondientes ilusiones, al tenor de la consabida Dolora. del vate filósofo asturiano, dolora nunca bastante alabada por los
pensadores sensatos.
Ya lo dijo, además, con el insuperable gracejo de la musa picaresca gallega, el
“Cancionero’ de la Vaticana, núm. 455” al consignar la profunda sátira que subsigue y
que tiene todo el valor de una parábola efectiva.
Por el Reino Encantado de Maya-fragmento
Mario Roso de Luna
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